Corría el
año 2007 y no hacía mucho que me había incorporado por primera vez como
corporativo en el Ayuntamiento de Burgos. Un domingo de otoño acudí a las
fiestas de uno de los barrios de la ciudad como solemos hacer los concejales
representando a la corporación municipal. Aquella mañana, al concluir la misa,
el párroco se dirigió a mí y me trasladó una observación en relación a mi
participación pasiva durante la eucaristía, creo que esperando algún tipo de
disculpa o explicación por mi parte.
No recuerdo las palabras exactas
que utilicé pero no se diferenciarán mucho de éstas -padre, llevo inmerso en una severa crisis de fe desde hace mucho
tiempo, tanto que ahora mismo creo encontrarme a medio camino entre el
agnosticismo y el ateísmo, por lo que desde el respeto que merece la
institución que usted representa, creo que lo más honesto es aceptar su
invitación, acudir a su iglesia y guardar un escrupuloso silencio.- De lo
que no he podido olvidarme es de su respuesta, no la hubo, ni de su expresión,
mezcla de sorpresa y comprensión.
Traigo esta anécdota a colación para
manifestar la consideración que tengo hacia todos aquellos que han encontrado
en la religión cristiana una filosofía de vida con la que ser mejor persona, y
el respeto que me merece la iglesia católica, especialmente parte de su obra
como la misión evangelizadora de la Compañía de Jesús, centrada en el
conocimiento y la educación, y con la que compartí una etapa de mi vida.
Cuando desde la asociación de
antiguos alumnos de Jesuitas me animaron a escribir unas líneas en relación a
mi experiencia en el colegio de La Merced y San Francisco Javier y acepté,
pensé que lo más honesto era empezar por reconocer que a pesar de mi ausencia de
fe, los años de formación con la Compañía de Jesús me proporcionaron una
educación en valores que todavía conservo, y que a pesar de que hayan pasado
más de dieciocho años desde que terminara COU y abandonara el centro educativo,
se han venido consolidando y desarrollando en mi vida personal, profesional y
política.
Valores como la libertad, la
igualdad, y la solidaridad, la búsqueda permanente de la verdad y la justicia
social que los padres jesuitas me enseñaron. Tal como ellos mismos subrayan, su
modelo pedagógico comprende cuatro dimensiones claves para una formación
integral. Buscan personas que sean plenamente "conscientes de sí mismas y del mundo en que viven, competentes
para afrontar los problemas técnicos, sociales y humanos a los que enfrenta
todo profesional, comprometidas con la construcción de un mundo más justo, y
compasivas y abiertas al sentido de la existencia y a la cuestión de
Dios". Debo reconocer (espero que sin riesgo a equivocarme), haber
interiorizado bien los tres primeros, e interpretado el cuarto de una visión...
digamos más humanista.
Como a la gran mayoría de los
niños nacidos a finales de los setenta y principios de los ochenta, mis padres
me educaron en la fé católica justo en una época en la que la iglesia y sus
instituciones estaban inmersas en una transición a imitación de lo que estaba
pasando en el conjunto del país. Toda una generación de jóvenes descubrimos así
las parroquias, no como un lugar alejado de la vida de los barrios, sino como
un espacio de encuentro, de convivencia en el que chicos como yo íbamos pasando
de la catequesis a la comunión, a la confirmación y a los grupos de propuesta.
Después de acabar la EGB en el
colegio Nª Señora de la Asunción y San José Artesano en el barrio de Gamonal, y
mientras seguía manteniendo vinculación con la parroquia de la Inmaculada, la
más próxima al domicilio de mis padres, éstos me matricularon en el colegio de La
Merced y San Francisco Javier que la Compañía de Jesús mantiene en la calle
Diego Luis de San Vitores, lo cual supuso la primera vez que abandoné mi zona
de confort abriéndose ante mí una nueva experiencia que me marcaría para toda
la vida.
No era fácil para un chico que
apenas había salido del barrio tener que afrontar los estudios de bachillerato
en un nuevo centro educativo en Burgos (para muchos de nosotros, con apenas 14
años, bajar al centro en autobús dos veces al día era como irse a otra ciudad).
Así fue como en 1994 empecé a conocer a la Compañía de Jesús, los Jesuitas, de
golpe y porrazo: nuevo barrio, nuevo colegio, nuevos profesores...
Al principio fue algo duro, pero
con el paso de los meses fui cogiendo confianza y encontrándome cada día más a
gusto con mis nuevos compañeros de clase, con los que empecé a entablar amistad
sobre todo con aquellos que tenía más cerca.
Raúl Romero, César Vallejo o César
Sáiz, con el que sigo manteniendo mi amistad después de más de 20 años, fueron
los primeros en abrirme la suya. Con el tiempo a estos nombres se sumaron
muchos otros: David Miguel, Javier Bello, David Esteban... y sí también alguna
chica, pero a esa edad digamos que el grupo de confianza lo seguían conformando
compañeros de tu mismo sexo, y por entonces
no es que hubiera un número de compañeras lo suficientemente
significativo entre una abultada mayoría de varones (hacía dos días como quien
dice desde que empezó a haber clases mixtas).
Lo que podría ser una mera
anécdota como era la designación de un pupitre en función de tu apellido, os
aseguro que podía condicionar toda una etapa en la vida. Jamás olvidaré ese
primer día en 1º de BUP con el jefe de estudios, Juanjo Calzada. Se había
memorizado nuestros apellidos en orden alfabético y asignado un pupitre
respetando ese mismo orden. Hubo unos años que casualmente las personas con las
que compartía más tiempo de estudio o de ocio eran mis compañeros con apellidos
más próximos a la "R" de "de la Rosa".
Recuerdo de ese primer año la
disciplina con la que Juanjo Calzada nos corregía algunos comportamientos, lo
cual era especialmente llamativo para alguien como yo, que no había cursado la
EGB en ese colegio a diferencia de la mayoría de mis compañeros. Recuerdo lo
raro que se hacía tener un chándal oficial para las horas de educación física y
las "negociaciones" con la dirección del centro para revisar los
espacios en los que se nos permitía fumar. Así es, yo empecé a fumar mis
primeros cigarros a eso de los dieciséis en Jesuitas, el único mal hábito que
me llevé del colegio y por suerte dejé hace ya más de seis años.
Sin duda las fiestas de
graduación y de fin de curso eran todo un acontecimiento. No creo que hubiera
otro centro educativo en Burgos con mejor concurso de playbacks. Yo me convertí
en toda una celebridad el año que presenté la gala, os lo aseguro. Aún se
recuerda mi caracterización de Isabel Gemio o de Joaquín Cortés, fue algo
memorable...
Historias a parte, mi paso por
Jesuitas supuso cuatro años de grandes experiencias, la gran mayoría muy
positivas. Cuatro años de los que guardo un gran recuerdo de grandes profesores
y mejores personas, como el padre Fernando Laiglesia, cuyo contacto no hace
mucho recuperé a través de Facebook, el bueno del padre Fausto (lo que tenía
que soportar ese hombre), Teresa Bombín, con la que me alegra enormemente
seguir coincidiendo, o el propio Juanjo Calzada, entre muchos otros.
Lo que más agradezco desde
entonces, es poder reconocer un alumno de Jesuitas en cada uno de los escenarios
profesionales y sociales con los que he tenido ocasión de trabajar en nuestra
ciudad. Carlos Contreras, Enrique Sancho, Ángel Gª Bartolomé, Nuño Gil, Giancarlo Federighi... son solo
algunos de los compañeros de mi curso con los que me he reencontrado desde
entonces y que a través de su trabajo, de sus obras, de su implicación y
compromiso social, están recibiendo un reconocimiento personal y profesional.
En estos últimos años he tenido algún
que otro reencuentro con el colegio. En 2011, a través de la participación de
varios compañeros socialistas en el Foro "Tender Puentes", tuve la
ocasión de ofrecer una charla con alumnos de BACH. También he podido acercarme
por el colegio de la calle Molinillo para asistir a algunas de las actividades
que se organizaban desde Amycos y la coordinadora de ONGDs, así como de algunas
acciones solidarias como la ya consolidada "operación bocata".
No obstante siempre me ha
quedado la sensación de haber podido vincularme algo más, de haber participado
de algún modo para no perder el contacto con antiguos compañeros del colegio de
los que guardo grandes recuerdos. Espero que estas líneas que plasmo sobre este
número de la revista "Polar" de antiguos alumnos, pueda suponer un
primer paso para retomar el camino y volver a encontrarme con varios de ellos,
de nuevo junto a la Compañía de Jesús.
Daniel de la Rosa Villahoz.
Portavoz del
PSOE en el Ayuntamiento de Burgos. Promoción 1998
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